Te asomabas al abismo del balcón de la noche, aspirando bocanadas punzantes de recuerdos rotos.
Y en un gesto de tu mano, que sólo sentían los obscuros ángeles, asías los hilos imaginarios de la dicha.
Y yo te observo. Y veo de ti algunas cosas, desde esta existencia de miradores recíprocos con destino a la nada.
Te atiendo, desde la atalaya cierta que acompaña siempre a mis dudas.
Las dudas se van desprendiendo, como escamas, con la fuerza de cada aliento. Es el ascenso que tira y tensa tu espíritu mientras descansas.
A veces, me paro yo también un ratito, en alguno de sus muchos veladores.
Me detengo.
Me recreo en la luz de tus ojos
Me deleito en su eterno refulgir.
En ti habitan millones de fuegos
De las más ignotas estrellas.
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