No sé porqué me produce consuelo pensar que el brillo que aprecio en el interior de las miradas en las que me detengo, procede de un mismo fuego común, de una gran hoguera cósmica en la que nacen y se calientan las almas.
Debe ser abril el momento de sentir el más brusco vértigo de lo efímero.
Siento crecer mi vibrar, atravesada por el esplendor y la belleza. Y, hoy, una vez más me entrego a la esperanza de hacer, haciendo.
Desperté esta madrugada de un sueño extraño.
Mi hijo y yo íbamos a un viaje. Cuando llegábamos a nuestro destino y al sitio donde nos alojaríamos, comprobaba yo con estupor que había dos maletas que me faltaban de mi equipaje.
De un hecho sin trascendencia alguna, hacía drama, exigiendo al encargado del hotel donde estábamos que quería que apareciesen nuestras maletas. Lo hacía con esa manera tan primitiva de expresarme que estuvo tan arraigada en mi y que se ha ido desvaneciendo, como todas esas cosas a las que no pertenecemos.
Al despertar, entendí que no hay insistencia zarandeada una y mil veces que haga aparecer la maleta de los sueños perdidos.
No busques más aquí, aquí no vas a encontrar nada, me digo mucho últimamente.
Al desayunar, sabía cual era la carga que debo aliviar en mi y que mi subconsciente representaba de esta manera.
Nada es lo que parece en una primera instancia.
Hace meses, gracias al gran amor inspirado en mi ser, pude regresar al camino. Y no hay camino sin verdad. Y la verdad no precisa bagaje.
Hubo muchas cosas que, entonces no quise o supe escuchar, dando por cierto uno de los muchos velos que cubren la verdad y parece que la enmascaran, porque ésta, no es algo estático, es la gota de agua que brota en cualquiera de sus muchas formas, siempre nueva.
No entendía, entonces, que la verdad se conduce a través de un hilo bidireccional, o múltilple: abre los ojos desde el mismo instante en que se produce la descarga y termina alcanzando todos los recorridos posibles.
Después, la visión ha de acomodarse. Es muy duro y muy laborioso. Es un tiempo lleno de noches en blanco, de un construir historias hilvanando fragmentos sin fin, en las que nada parece tener sentido.
En la vorágine del torbellino, al despertar del insomnio o del sueño inducido por fármacos, encuentro que hay sueños perdidos, pero también despertares livianos, desayunos de apurar los últimos sorbos amargos de este mes de abril, donde florecen hasta las ausencias.
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