Del corazón a las manos.
Sólo intentaba un acercamiento que expresase la enormidad de la belleza de la canción de su alma.
No entendía y, ahora apenas si vislumbro, con el temor en el cuerpo de quien desconoce una felicidad que se ha estado negando con reiteración, que todo lo que en él veía y sentía era el interior del alma.
No sirve de nada insistir en llamar a puertas, en las que pensamos que está detrás el antídoto a nuestro dolor, si al otro lado no se nos quiere abrir.
Esta madrugada, infería que ese dolor que nos produce el rechazo es la manera que tiene nuestro espíritu de decirnos que por ahí no es, que ese no es el camino; de alguna manera es como una comida que nos indigesta aunque nos guste mucho.
Es más simple, aunque cueste aceptarlo.
Se trata de abrir las puertas del alma y, entonces, llega la ayuda de donde menos se piensa.
Es mucho el dolor que lleva cargando en sus costillas nuestro avatar, pero no hay que permitir que queme, ni que hunda, ni que mate.
La ocasión está ahí, en todo instante.
No hay nada que el amor no repare, no cure y crezca, pues desconoce los límites.
No importa el lugar, ni el porqué, ni el tiempo, ni la forma en la que se manifiesta.
Es Sentir.
Otorgar-se amor.
Dar amor, sin medida.
Recíbirlo y apreciarlo.
Cuando llegues a la cima de la montaña, sigue escalando.
Dicho zen
No hay comentarios:
Publicar un comentario