Diría redescubrir, si es que alguna vez hubiese descubierto el orden interno de los puntos cardinales en los que se posó mi mirada.
Sin embargo, ese es el concepto que acude a mi mente para definir la sensación que tengo.
Redescubrir una realidad de amplitud inusitada. Despejada de horrores. Porosa. Fluye conmigo, cuando respiro.
Aunque es muy difícil la constancia.
El ego, con relativa facilidad, todavía elimina los obstáculos que le impiden campar a sus anchas, disfrazándose de cualquier cosa, menos de lo que es.
¿Acaso pueden ver algo verdadero unos ojos alojados en un cuerpo vacío de ti, amor?
Dicen que el amor es ciego. Y lo cierto es que sólo a través del verdadero amor podemos a llegar, si acaso, a vislumbrar los primeros albores. En privilegiados instantes, ver.
A veces, un travieso rayo de luz te alcanza de lleno en tus ojos.
Entonces, a través de los diversos fosfenos que velan tu mirar, te asomas a una de tus ventanas. Es él quien te guía.
Y así, agitas tu mano y lo saludas.
Te devuelve el saludo.
Miro sus manos.
Con sus suaves giros y sutiles curvaturas que las hacen sus manos.
Durante mucho tiempo han sido silensiosas, firmes y mi principal apoyo y sostén.
Aunque todavía los sentimientos se encuentran en un frágil equilibrio, me encuentro bien dentro, por primera vez.
Ahora toca que mis manos sostengan.
Las manos que aun me sostienen, me han enseñado a hacerlo.
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