Apenas elevar un poco la mirada.
Apreciar esos pequeños volúmenes fragmentados, de composición libre, que constituyen la cara oculta a la ciudad. Ahí donde se manifiesta la verdadera naturaleza de los habitantes. Sus componendas y remiendos.
En ocasiones, pequeños edenes. Remansos de verdor con su única cara abierta, mirando al cielo. Las higueras, cargadas de frutos maduros y las uvas de las parras transformándose en dulzor.
Muchas veces, con su suelo horadado por un pozo. Mirando dentro del fatal destino.
Y algo así como en un continuo balanceo están las antenas. Orientadas hacia un lugar indeterminado, buscando señales.
Cuando, en realidad, todo este conjunto de espacios, de formas y de pobladores lo dicen todo.
Aquí.
Y ahora.
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