miércoles, 20 de mayo de 2015

Cosas

Desde el mismo origen somos contadores de historias.
Y es así que se estableció la costumbre de poner un orden determinado al narrar. Siendo éste de una manera más o menos continua.
A veces, mezclando varias líneas espacio temporales, que en avance y retroceso relativos, se entremezclan en una maraña hasta llegar a un desenlace.
Entras en la edad adulta cuando entiendes el tiempo ligado a un espacio (o como aspectos de una misma cosa) y estás desarrollando un pensamiento o una serie de canales lineales más o menos preconcebidos por otros. A eso se le llama aprendizaje. Vaya.
En atención a la excepción que confirma la regla siempre están y estarán los niños. Los verdaderos maestros.
Decía Paula esta tarde que la primera vez que un niño sonríe nace a la vida. Es una bonita manera de interpretar.
Me quedé con sus palabras: ingrávidas, flotantes.
Y me decía, cada vez que nos nacen una sonrisa, volvemos a ese niño eterno que somos. Uno no se ve la sonrisa. La siente en el alma y se hace eco. Se extiende así como a modo de aspersión. Y esas diminutas chispitas de risa son muy contagiosas. Otras veces, la risa, se estira y se expande como una onda de amplitud creciente. A veces, provocando agujetas en las costillas y riesgo de parada cardio respiratoria.
Cuenta Marcos que él está de manera aérea en los lugares que quiere estar, aunque no se le vea.
Es bien sencillo de entender, ¿no?.
Seguro que los mayores lo entienden, ¿verdad?
¿Sabes?
Cada vez que en intimidad, tu luz se funde con mi luz, vibrando al unísono, nace un pequeño planeta.
Precioso. Y perfecto.

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