¡Qué cara de felicidad tienen los agricultores!
Han conseguido la gran proeza en la historia de la humanidad de someter a unos frutos maravillosos, a la ingrata tarea de tener que crecer dentro de unos cartones pentagonales (todos iguales: faltaría más).
Supongo que están tan contentos porque han conseguido que los frutos sobrevivan y se han adaptado "dócilmente" a esa "faja tan guay" que les han puesto mientras crecían.
A veces me pregunto, que pensarán de nosotros las generaciones futuras cuando consideren y reflexionen sobre la estulticia e idiotez profunda que regían algunas facetas de nuestras vidas.
¡Qué será de nosotros, sus antecesores!
Demasiada locura y sinrazón.
Las naranjas pentagonales son algo anecdótico dentro del caos mundano, frente a la cantidad de barbaridades que soportamos silenciosamente (como las naranjas) a diario.
He elegido este ejemplo porque representa muy bien la vanidad humana.
¿Se ha preguntado alguna vez el hombre por qué la naturaleza no hace exactamente igual ningún ser a otro?
¿No es posible que su aparente derroche creativo sea la manera de reducir al mínimo el error?
El pensamiento dirigido hace en las mentes algo similar a los cartones pentagonales en las naranjas: convierte a un ser abierto y singular en un previsible patrón, pero sin embarcación para navegar. Claro.
Más, el hombre, poco a poco despierta de su letargo.
Y empieza a reconocer los hilos del pensamiento.
Descubre a cada paso un hilo nuevo.
Según los reconoce, los va desconectando.
Lienzo. Sampo Kaikkonen
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