Era una dulce madrugada de estío, perfumada por millones de azahares.
¡Lo habíamos pasado tan bien!
Callejeábamos sin prisas, intentando averiguar el camino de regreso al Albaicín.
Comencé a cantar una hermosa melodía construida con palabras que me nacían desde lo más profundo de las entrañas.
Él me miraba y escuchaba alucinado, sin entender como era posible que saliese de mi esa voz tan distinta a la que solía manifestar al hablar.
Yo, me sentía flotar entre las letras y la música que me brotaban.
Me sentía feliz en ese delicado momento improvisado.
Cuando terminé de cantar, él me preguntó cuál era esa canción.
Yo le contesté la verdad: se me acababa de ocurrir inspirada por la ocasión.
Yo sé que él jamás recordará esto, pero yo no lo puedo ni quiero olvidar.
No pude retener en mi memoria las estrofas que inventé, pues eran como pompas de jabón y una vez que exhalaban su belleza en el aire de Granada, enseguida se desvanecían.
Él, también, tenía algunas palabras especiales para mi que gustaba mucho de repetir; algo así como un mal mantra.
Una de las frases que con más frecuencia me endilgaba era que necesitaba su espacio.
Yo, en la terca sordera en la que me sumía mi inconsciencia, consentía en escucharlo, una y otra vez. Hasta la hartura, claro.
Así, mientras él buscaba esos ignotos espacios "suyos", yo intentaba, en balde, tender puentes de unión hacia un supuesto espacio común, puentes construidos con el oro de mi tiempo, hasta agotarlo.
Después de esa divina noche, en su compañía, no volvió a aletear el ángel que me habita.
Poco a poco el motivo de mi inspiración se fue transformando en un penoso tormento.
Más todo lo que es grave, más tarde que pronto pasa y, por fortuna, se acaba.
Otras de las palabras que yo le provocaba , eran las que utilizaba para decir que hiciese lo que quisiese.
¿Cómo se puede tener valor a decirle a alguien eso?
Decidí hacer lo que me da la real gana, al entender que lo que sale de mis ganas tiene sentido sólo cuando lo hace de manos de la verdad.
No se puede sostener cosa alguna, indefinidamente, sobre los puntales de la espiral creciente de la mentira. Y no es ésta una espiral logarítmica, ni tampoco de Fibonacci, no.
En mi corazón, hacía ya una eternidad, se había marchitado el espacio que otrora ocupó su jardín, agotado de ofrecer flores que él nunca sembró ni regó, tan ocupado como estaba en encontrar ese espacio suyo en cualquier otra parte.
Espero y deseo que lo haya conseguido.
Y si es así, sepa cuidarlo.
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