Ella, nada más notarlo, con un par de ágiles saltos, se conduce hasta la ventana y sale al exterior, posándose unos instantes sobre el alféizar.
Se queda un momento, mirando hacia el cielo mientras exhala un suspiro.
Después, se deja caer al suelo. Se vuelve laxa y retoza de alegría, girando sobre su espalda.
A veces, se nos olvida que también encontramos nuestro hogar, al proyectarnos al cielo.
Foto: Gareth Edwards
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