Ahora, entiendo que era necesario este camino de transitar sencillo por los dominios del silencio.
Era preciso adentrarme en sus ignotos y vastos espacios para volver a aprender el nombre de los seres y de las cosas, en concordancia y armonía con cada letra de mi nombre.
Ahora es respirar más que aire, sentir la gravedad justa del peso del momento desnudo, derrochar alegría en cada pequeño hallazgo.
Escucho los mensajes de mis sueños. Al despertar, soy consciente que también ellos forman parte de mi memoria. A veces, son mi descanso, las más son enseñanza simbólica desde la que continuar erigiendo los sueños que invento de buena mañana.
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