Érase una vez
sin espacio ni tiempo.
Érase una vez
que era el centro de la calma.
Era la noche sin sombra,
el día sin luz,
el reloj sin esfera.
Que la soledad y el miedo se extinguen
en las almas que se unen,
esas que vencieron victoriosas a la muerte.
El sol se va elevando despacito,
prende en el oro de tus pestañas.
Y me parece que la dicha
es poder acariciarlas con mis labios.
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