jueves, 23 de febrero de 2017

La calma es de oro



Durante todo este silencio, he recordado varias veces un día que estabas conmigo mientras yo pintaba. Es una acuarela con colores muy claros, azules y dorados, sobre el blanco dominante del papel. Con las distintas pinceladas, insinuaba un paisaje imaginario. Cuando lo di por terminado, te lo enseñé. Te quedaste mirándolo y me dijiste que era muy bonito, que era un inmenso lago helado. Yo asentí. Añadiste que te gustaría saber a ti pintar esas cosas para entretenerte y yo te contesté que sólo era cuestión de ponerse a hacerlo.

Fue una sensación extraña, era la primera vez que alguien percibía lo que yo intentaba expresar pintando de una manera en la que ni yo misma sabría decir bien que era. Entendí, entonces, que entre tú y yo no había esa distancia de desconocimiento que yo pensaba existía. Lo viví, como si de alguna manera estuvieses leyendo mi mente.

Quizás el alma sólo sea el territorio de los encuentros de una misma expresión de energía.

¡Qué sé yo!

Por vías muy diferentes hemos emprendido un viaje que nos ha conducido al centro mismo de nuestro ser.

En este extraño transitar he sentido, a veces, los muros de tu hogar impregnados de esa soledad que tanto miedo te provocaba y te hacía padecer. Yo no lo siento así: es sólo muy rara la sensación de estar dando vida a esta casa sin ti.

La soledad no es otra cosa que postergar el momento decisivo en que todo hombre ha  entregarse a ser. No hay soledad en el ser, sólo proyección.
En amor, nadie está solo, madre. En amor, ni se siente, ni se percibe, ni se ve soledad.

Todos llevamos dentro un palacio muy grande rodeado de jardines preciosos que se van haciendo más grandes con la presencia de cada ser que nos hace vibrar y crecer. Es ese sitio al que nos asomamos, a veces, en el otro;  o el precioso lugar que sin más compartimos, porque sí.

Hoy he terminado otra pequeña pintura que tiene vocación de paisaje.
Los horizontes de la tierra y de la mente son imaginarios. Se van configurando pincelada a pincelada al acercarnos paso a paso a uno de ellos. Sentimos que cada horizonte alcanzado se concreta, más su alcance es efímero, muy fugaz y distinto para cada mirada. Intentar retener o parar cada horizonte es ir directo a la locura.

Siempre me gustó pintar sobre fondo negro e ir poniendo luz con el color, las líneas, lo que surgiese en cada ocasión.

Y aunque ahora mismo no puedas decirme que te parece, lo voy a llevar donde estás para que sencillamente lo sientas.









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