Cuando más necesité su presencia y lo quise ver, él se excusó diciendo que estaba muy atareado.
- Es lo que hay, a mi pesar, concluyó.
Esas palabras quedaron, de alguna, manera ancladas en un lugar indeterminado de mi memoria.
Hasta hace unos instantes, yo no había sido capaz de expresar en palabras el sabor amargo con el que se sedimentaron. Justo acabo de leerlas:
..." la gloria del deber crecía en el sitio que dejaba la cabeza truncada del amor."
Son palabras de Milan Kundera, aunque para mi la vida no está en otra parte, ni en otra ni en parte alguna, vaya.
Empiezo a sospechar, que los distintos planos que componen la realidad no son la suma de partes, sino unidades completas, precisas y claras.
Hoy miraba el desgaste que produce el martillo que golpea la campana en su superficie. También las fisuras evidentes que resultaban de esta repetida acción.
Y no veo, en estas marcas, la imagen recurrente de la herida sangrante, que gustamos de emplear para sugerir el dolor.
Son las huellas de las fuerzas vivas invisibles que hacen vibrar la campana, el rastro de la energía que la atraviesa y hace que resuene y vibre, llenando un vasto espacio con el reclamo de su alegría.
Es lo que hace que sea una campana y no otra cosa.
Así es la vida.
Podemos ponerle el nombre a los seres, las sensaciones y las cosas, el que consideremos que más nos acerque a expresar nuestro sentir.
Pero las cosas, las situaciones, per se, no son ni mejor ni peor.
Cada cosa es lo que es.
Y para que sea posible reconocer lo que cada cosa, ser o sentimiento es, éstos han de atravesar la sustancia del ser propio por completo.
Cada cicatriz es la huella de la grandeza de la vida que eres.
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