miércoles, 14 de diciembre de 2016

Y reverdecen las palabras

Ella llena con besos los vacíos del reino del silencio, con todos los besos que es capaz de manifestar su frágil compostura.
Mi madre es el más singular y hermoso manantial de los besos.
Así es como es ella.
Antes, sumida en su dolor, se le olvidaba.
Su rostro y sus manos emergen entre las nieblas de su dañada memoria; ellos no olvidaron nunca el lenguaje que hermana a todos los seres de la vida.
Atrás quedó el olivar maduro que se sentía al asomarte a su mirada.
Permanecen en sus iris, el color dulce de la miel y los profundos ocres de la tierra, esta tierra a la que con fruición aferra su vida.
Dejó volar su luz verde, y después, la hizo fundirse en la llama de los corazones que acompañan sus instantes, para con ellos hablar sin necesidad de palabras.
Es inevitable acercarte a su espacio y no desear ser su abrazo.
Es amor puro lo que su espíritu derrama.
Su luz se hace guía entre la brumosa realidad y permite dibujar en sus labios los trazos de las palabras dormidas, mientras sus ojos pigmentan los infinitos matices de la esperanza.



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