lunes, 19 de diciembre de 2016

Y aquel barquito, navegó

Cuando era niña soñaba muchas veces con un pequeño barco de papel blanco.
Alguien lo había dejado abandonado en la alta pila de un fuente. Alta para mi pequeña estatura, pues apenas si se vislumbraba el barquito, reluciendo sobre el agua.
Al principio de entrar en el sueño, me preocupaba no recordar el camino que me conduciría al sitio donde se encontraban: la fuente y el pequeño barco, pues era de apenas dos centímetros.
Deseaba alcanzarlo a toda costa, aunque fuera de forzadas puntillas; quería darle un pequeño empujón y verlo navegar en un hilo infinito de aguas de plata.

Era un soñar de altas luces. 
Cuando me sumergía en el sueño, me ponía a caminar y al ir andando me abandonan las dudas y ya nada distorsionaba el camino hacia la fuente.
Tocar el barquito con mis manos era la pura dicha.
Sentirlo navegar es la vida.

No sé porqué, justo ahora mismo, me he acordado de este sueño.

A veces, tenemos unas bonitas maneras de contarnos las cosas. 
Nos las contamos para tenerlas presentes. Son nuestras guías.


En ocasiones, también, los sueños se cumplen.





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