domingo, 11 de diciembre de 2016

A desaprender también se aprende

Me pregunto muchas veces cómo es posible que estando desde el origen tan cerca nos conozcamos tan poco.

Bueno. De acuerdo: te escucho.

Dices que te sabes de memoria cada uno de esos absurdos rituales míos con los que se confecciona a medida, el vestido hecho para la ocasión  que es mi personalidad; ese saco de manías en el que caben tantas cosas heredadas y tan poco de lo aprendido.

Algún día te pediré un poquito de silencio. Te diré que me mires a los ojos.
¿Dime qué ves en la superficie esférica de mis ojos?
¿Acaso no se encuentra ahí desdoblado tu reflejo?

Si sigues mirando más allá de todos los reflejos, con esos ojos tuyos tan hermosos, notarás que el agujero negro que hay en el centro de mis pupilas te conduce justo a lo que soy.

Yo miro ahí, en el interior de tus ojos, cuando me hablas de todas esas cosas por las que no siento el menor interés, salvo que son palabras que tú construyes en ese instante y que compartes conmigo.

Mientras tus palabras emergen, yo me meto dentro de ti.
Buceo por esas regiones tuyas que tú misma desconoces y sé bien son tu ser.
Están llenas de belleza...
Y no entiendo porque está ahí contenida, sin derramarse e impregnar tus palabras y lo que eres, salvo raras excepciones.

Algún día cercano, te descubrirás ante el más sencillo de los espejos y te verás en su fondo, así, como realmente eres.
Ocurre cuando empiezas a distinguir la ilusión de lo verdadero.
Es una sensación extraña y liberadora a la vez.

He destruido la cama de los miedos.
Ahora, ya no hay nada que temer.

¿Sabes? He descubierto que se puede entrar en la memoria y modificar los recuerdos.
He aprendido a diseccionarlos por entero y a dejar sólo su esencia sin que dañen.
Y de alguna manera, cada vez que recordamos, los recuerdos cambian y se guardan en otro sitio con matices distintos que los hacen nuevos. Se mezclan con el aura del momento.

Y ocurrirá.
Hablaremos, para escucharnos, transportadas en el suave ritmo de nuestros latidos.

Y también lo sé.
¡Qué queda un largo camino para desaprender el olvido!

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