Permanecí mucho tiempo sentada en la rigola de la incoherencia, mientras se configuraba la geometría de las calles del absurdo.
Espera, rostro vacíos ojos, que siega aun cuando no hay cosecha.
¿Acaso es posible entender la pátina de plata que puebla los gastados cabellos?
Y decides continuar, para sentir la armonía primigenia.
En un exhaustivo análisis.
Comentando con un signo de admiración, esas partes de tu programa que no funcionan, como las líneas fallidas de un modelo de cálculo.
Dejando escrito lo que más te aproxima a tu ser, todas esas cosas que haces y engrandecen.
Dejando, también, escrito lo que no funciona. Lo que te ha llevado a lo bueno y a lo malo que tienes. Ese signo de admiración que antecede, para que sólo lo lea todo quien entre dentro de tu modelo.
Son sólo algunas manifestaciones de lo que hacemos.
De lo que omitimos.
De lo que escribimos.
Lo que contamos.
Lo que sentimos.
¡Qué se yo!
Pero no somos eso.
Cuando no hay espacio de referencia, la pequeñez se funde con la grandeza.
Todo es efervescente y, a la vez, la inspiración es la calma de la nada.
Bajo un cielo perlado de aroma de flores nacientes, un arco desbocado de agua irrumpe con fuerza entre los trinos.
Las palabras como el poso de un instante del que fue sitio de paso.
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