Nunca imaginé que el delicado aroma de tu mar, despertase mi alma.
Que las mañanas fueran el sol nuevo de tu abrazo, que como fiel guardián, vela mis sueños y me protege.
Siento la exquisitez de las pequeñas cosas que me descubres. Esos sorprendentes puntales de ingenio, creados para sustentarnos en el aire, jugando a ser etéreos.
Nunca imaginé el delicioso hogar del cuerpo, habitado de tantos aromas y texturas que se mezclan.
La concreción de dos corazones recorriendo emociones, eclosionando en un tempo absolutamente dulce.
En la más absoluta calma, a ratitos, nos pensamos.
¡Muchos ratos!
Y se obran milagros.
La lluvia cae.
Sin mesura.
Fecundando el mundo.
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