Las preñadas nubes inventan los modos y maneras del gris.
A veces, parecen colosales perlas salvajes. Otras, cambiantes cúpulas revestidas de plomo, coronando ,con su peso, el aire.
Con sus rápidas metamorfosis, confunden los sentidos. Cuando no terminan disfrazándose del azote del viento.
Se entregan, así, en ráfagas a un mágico bamboleo.
Sus intensas gotas, azotan la piel. Mezcladas con dramáticas luces, horadan la cumbre del cielo más cercana.
Los generosos haces de violenta luz se derraman. Son fogonazos sobre el fértil horizonte florido.
De esta manera, enciende su brillo lo que es más visible.
El irreal contraste de los tránsitos.
El cielo salpicado de vida aérea. Es la alegría que extiende trayectorias invisibles, por doquiera que va.
Camino. Y al inspirar el húmedo aire, siento ingravidez.
Ser osmótico esponjado en el alborotado trajinar de la existencia.
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