Fue justo en ese nunca más verte, que dejé de verme.
Mi alborotado pelo se cubrió de escarcha.
Y mi mente huyó, aterida, por el frío.
Saltaba sin rumbo. De encierro a infierno.
Cayendo en una trampa de muñecas rusas.
Cámaras de aire, vacías de versos.
Cayendo en la cuenta.
El destino, soy yo.
Hoy no busco instantes. Ni habitar lugares.
Elijo ser todos. Si acaso, ninguno, para descansar.
Hoy soy el sabor a café, de las cosas nuevas.
Y un pitillo a medias, para despertar.
Y si la cae la lluvia, dejo que me empape.
Soy tan diminuta, abiertas mis alas.
Rica pequeñez, con sabor a gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario