Hay símbolos que han intentado desplazarse. Ocupando su espacio por efímeras cosas materiales.
¿Dónde está el valor de lo que ahora yace cubierto de polvo, moho, telarañas y podredumbre?
Se desterró la higuera. Y, con ella, todo el universo aéreo que engendraba al desplegar su meloso encanto.
Más permanece el columpio de sogas y madera, penduleando sin pausa. Se encuentra anclado al reino de la memoria, la más firme, frondosa y robusta de sus ramas.
Permanece el aroma de las lilas tempranas, dentro. Flotando.
La encalada escalera de madera, llevada a duras penas, a rastras, hasta colocarla bajo el lilar, para alcanzar sus más perfectas flores.
El pausado camino de vuelta a casa, embriagada de suave olor y belleza, vislumbrando el camino entre los huevos del enorme ramo.
Recuerdo la cara de mi madre al recibirlo. Buscaba para él el lugar adecuado. Y al colocarlo, las cosas cotidianas y los enseres, cobraban un nuevo aspecto, ante su viva presencia.
A veces, coincide, que lo que se percibe bonito es terriblemente hermoso.
A veces, se ve.
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