jueves, 7 de abril de 2016

De geometrías límites a lo informe

Pensaba que eran tus ojos.
Y así, vida tras vida, me demoraba en la oscuridad de la noche cósmica. Asomada al balcón de geometrías límites, que unen a la vez que separan. Con la cintura pegada a su borde, sentía tu lejana compañía.
Agotaba madrugadas, confusa en la niebla de un inagotable pitillo, apagado a medio consumir.
Con ese cigarro entre los dedos, gustaba imaginar que eran tus ojos los que creaban la imagen de ese cielo nocturno, mostrando todo su esplendor. Entonces, quería disolverme en él, quedar al resguardo de su manto.
No entendía, entonces,  que me había quedado presa en la leve tregua de un refugio.
No sabía que no sirve de nada pretender un alojamiento permanente en el cobijo de un refugio.
Y es que la vida corre, arriesgándose, cuerpo a cuerpo, a la intemperie. Si acaso demorarse en un pequeño remanso, para saciar la sed del camino.
Al cabo del discurrir de unos cuantos senderos de la montaña, empiezas a intuir.
Comprendes. No eres tú. No soy yo. Todos somos visionarios en el perpetuo ascenso y descenso.

Cada vez que abandono un pequeño refugio, la guadaña insistente del miedo agudiza su ser en  mi presencia. Su metálico brillo hiere mi mirada.
Después, lo sé. No hay metal, ni brillo, ni lugar a resguardo.
Sé que lo que mueve los pies es el suave latido. Es un leve sentimiento que la mente esparce.
Pensaba, mucho pensaba. Cada pensamiento un pesado eslabón, de una cadena sin principio. Ni fin.
Demasiado racional, ¿verdad?. Te decía muchas veces, mientras te besaba el alma.
Entre tanto pensamiento, el sentir ¿dónde queda?
Más la maraña, cesa.
¿Acaso no es sentir la invención del hombre en el mundo?



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