Y no sé si desde aquí, he viajado hasta el punto exacto dónde te encuentras. O eres tú quien ha venido. O es que somos el mismo pensar y sentimiento.
Los trinos, las campanadas marcando los ritmos cotidianos, la lluvia generosa y constante, han cambiado la dinámica de los estares para siempre.
La lección del color del astro rey, saludando a los mundos. La maravilla que genera en todo aquello que toca su luz dorada.
Entender la geometría de los planetas y los astros como esferas, porque es la manera que tienen nuestros ojos de percibir la luz y las formas.
Estas son algunas cosas que ocurren dentro de la atalaya.
Una vez más, sin apego, debo recoger mi equipaje y los rastros de nuestro paso.
Cada vez con más arrugas en la frente y en el marco de los ojos.
Cada vez más lejos de aquello por lo que pasamos, y que dejamos, porque no nos pertenece.
Y la vida bulle, generosa. Y mientras, aunque no lo apreciemos, modifica toda nuestra estructura.
Volvemos a ser potencial.
La atalaya se entrega al silencio de mi silencio.
Se derraman los cantos, desde un cielo indeciso, que azulea.
Ahora sé que soy: soy un pequeño árbol de raíces aéreas.
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