Adoro despertar con tus negros rizos alborotados con los míos.
Tu cabeza apoyada en mi vientre. Tus manos de niño en mi espalda.
Abrir los ojos un instante, de refilón, para apretarlos muy fuerte y dormir de nuevo.
Mantener así ese instante íntimo, eterno.
Ver tus larga piernas, ese gran hombre que serás, que de alguna manera ya eres.
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