Tengo fijación por las cajas.
Bueno, excepto por los zapaticos de pino.
No sé exactamente el motivo.
Continente y contenido.
Si veo una caja, puede que me guste o no. Pero si vacía me la imagino llena de cosas, me la llevo a casa.
Hace unos días ví una pequeña caja.
Es plana, larga, mate, blanca y transparente en su cielo. No tiene cierre.
Es perfecta para guardar los pinceles. Esa pequeña familia que le dió por crecer.
Ahí duermen, leen, crecen, se recuperan de los dorados y piensan que contar en cada ocasión.
Me dí cuenta después, de haberla comprado.
Es una caja de café.
Algún día probaré a poner a los tintes su aroma.
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