lunes, 11 de julio de 2016

O3

Cada olorosa partícula envuelve con su  frescura. Tensa la piel a su contacto, despertando su halo más sensual.
Deliciosa tregua del despiadado estío. Fugaz retorno a nebulosas oníricas.
Instante de un mundo plano, recuerdo de la continuidad de la existencia.
El aire se llena de la ligera fragancia con que se anuncia la lluvia.
Leves gotas caen en un breve desconcierto.

Retorno a la sensación de su mano asiendo con desmesurada fuerza mi mano.
Su mano recuerda todas esas cosas que se han perdido de su memoria.
Construyo la imagen del recuerdo de su mirada, ahora, algo perdida. Navega escudriñando la abstracta neblina de los conceptos olvidados y difusos.
A veces, reconoce la fugacidad de tu presencia en su presencia. Puede que sea al contrario. No lo sé. Entonces, al reconocer y sentir, hiere notar sus lágrimas gravitando de impotencia al percibirse presa de su destino.

Dicen sus nietos cuando la visitan, que se parece mucho a Sofía, a la bebé de la familia.
Ellos saben que ambas están en proceso de descubrimiento del mundo. Poquito a poco y por entero. Hacen idénticos gestos de sorpresa, ante las texturas y el tacto, las voces y los olores, los objetos más cotidianos.
El origen.
Quizás su mente es parecida a este cielo de tormenta que nos protege del verano.
Si se mira directamente, sin en tornar un poquito los ojos, puede parecer que se confunden la figura con el fondo de las cosas, al sumergirse en su difusa claridad.
Más es lo que es. Es un estado transitorio necesario para comprender la fortaleza de la luz y la obscuridad en las sombras.

Cuando estoy a solas con mi madre, me gusta apoyar mi frente en su frente. Y quedarme ahí, sintiendo que somos mucho más grandes que la memoria.

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