A veces, te emocionas y
lloras cuando nos sientes, cuando nos ves. Y nosotros pensamos que es porque
nos reconoces y nos echas de menos. El
caso es que nadie, excepto tú, puede saberlo.
De hecho, cuando se llora, no tiene porque haber un motivo,
es una manera más de expresarse.
Lo es evidente es que te has aferrado con fuerza a la vida
que te recorre, madre, y no estás dispuesta a rendirte.
Es un milagro verte sonreír tanto, que nos obsequies con tantos besos y nos regales tantos cariños.
Ahora sé que esa es tu verdadera naturaleza.
Contra todo pronóstico (que delicia supone comprobar fallidos
los pronósticos cuando son para bien) hablas. Comienzas a decir tus primeras
palabras a tus 79 años.
Y continuamos con nuestro avatar. Sorprendiéndonos . Aferrándonos a la curvatura
ascendente de una pregunta que nos contesta el instante siguiente.
Vemos y vivimos cosas
terribles. Como también hay ocasiones en que alcanzamos la ilusión de lo sublime.
Los momentos se construyen con trayectorias compuestas de
piruetas amables y saltos al vacío sin red.
Y yo, prefiero el trapecio.
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