Era un tibio paseo de tarde primaveral, coronado por miríadas de verdor.
En las frondosas copas de los árboles danzaban las hojas mostrando los destellos de plata de su envés, bailaban la caricia del viento ingrávidas e hipnóticas.
Recuerdo vagamente que viajábamos en coche y discutíamos.
No era terquear, era como siempre: tenías la necesidad de demostrar tu supuesta superioridad intelectual a costa de ser la más dura en la batalla dialéctica que se fraguaba en cada ocasión. A mi más bien me importaba (y me importa) poco, lo de ganar o de perder, tener razón o no en una agria disputa. No acostumbro a tener la necesidad de demostrar nada a nadie, que bastante duro es el vivir aceptándose uno mismo como es, en lo que es.
He escuchado en varias ocasiones respecto de mi que conmigo no hay quien discuta, que no me mojo.
Cuando lo pienso, me hace gracia, con lo que me gusta a mi el agua. No me gusta discutir porque de antemano sé que no voy a llegar a ninguna conclusión. Prefiero simplemente intercambiar puntos de vista pacíficamente, aunque reconozco haber discutido bastante.
No recuerdo bien cual era el tema de la conversación que se volvió disputa, pues sólo mantengo en mi la sensación de las hojas en las copas de los álamos blancos brillando, agitándose esplendorosas en armonía, como una caricia.
Esa tarde mientras yo me proyectaba hacia fuera, tú buscabas la belleza absoluta en un autor o un proyecto y me parece que me reprochabas como no podía llegarme tan adentro algo tan importante, o grande o que se yo.
Me produce bastante placer ser capaz de descifrar ciertos lenguajes u obras, pero no dejan de ser pajas mentales. Aunque es cierto que a veces se encuentran ejemplos donde resuena la hermosura e incluso raras excepciones en las que te confundes con su belleza.
La belleza no está en los juegos de palabras en si mismos, la belleza es experiencia directa. Las palabras, las pinturas, las esculturas y las arquitecturas; los cuerpos, las mentes... son sólo un medio de transmisión, como el agua de la vida.
En realidad pienso que no hay obra humana que iguale la perfección con la que la naturaleza crea.
En esos minutos del recorrido sentí, aunque no supe contármelo hasta después, que con frecuencia confundimos la belleza y el amor con otras cosas que no tienen nada de bello, ni que ver con el amor, ni tan siquiera con el cariño y la ternura.
Ponías toda tu pasión en lo que hacías, de lo que no eras consciente es que tus demás compañeros también lo hacíamos, cada uno a su manera. La diferencia clave es que nosotros no sentíamos la necesidad de exhibir lo poco o mucho que íbamos aprendiendo.
Yo solía decirte que te amaba en la misma proporción que te odiaba. Tenías (y supongo seguirás teniendo) muchas virtudes, pero la necesidad tuya de poseer el tiempo, mi tiempo, me asfixiaba y me dejaba exhausta de energía.
Yo sé que cuando estoy contenta es bastante fácil que te rías y te diviertas conmigo porque disfruto mucho compartiendo mis imaginarios disparates, poniéndolos en escena.
Harta ya de escuchar tanta doctrina tuya convertida en supuesta verdad, te invité a que mirases a través de tu ventana, esa tarde, por comprobar si averiguabas donde estaba mi atención. Me contestaste que no veías nada de extraordinario ahí fuera. No veías los árboles vibrando.
Ahí entendí que poco más íbamos a ver juntas.
No considero que nadie tenga que pensar o sentir lo que yo siento, porque no es necesario. Escribo esto porque, aunque no comparta tus gustos ni las maneras de obrar de las personas, tampoco tengo por costumbre despreciar las cosas que le gustan a otra persona o las que hace.
Yo sé que alguna vez te habrás preguntado porque decidí que nuestros caminos discurrieran por terrenos tan distintos.
Sé bien que tengo una paciencia bastante amplia con las personas. También sé que mucho allegados y supuestamente amigos, han confundido mi bondad con debilidad, la predisposición a estar ahí con obligación de estar siempre disponible, el cariño y mis gestos de afecto, el amor, con ver mi cuello despejado para ponerme un yugo a cuenta de no sé que.
Y con todo, continuo.
Pero si hay algo que no soporto es que traicionen la confianza que de entrada otorgo a casi todo el mundo, sobretodo es detestable si es para obtener un beneficio tuyo que a mi me perjudica.
Y con todo, cuando escribo esto, soy consciente que todos hemos pecado en mayor o menor medida de estas faltas, porque si no no sabríamos de que hablamos cuando escribimos.
Estos días me acuerdaba de esta escena porque es primavera y porque en esa etapa de mi vida era bastante fuerte.
Hay que ser fuerte para admitir que algunas personas no se merecen compartir nada conmigo. Entonces supe salir fuera de tu campo gravitacional y abandoné mi postura de satélite en órbita respecto de ti.
Desde la conciencia cambiamos para ser mejores personas, para dar lo mejor que hay dentro de nosotros a la vida.
Y con todo, espero y deseo que la vida te haya tratado y te trate muy bien.
Recuerdo vagamente que viajábamos en coche y discutíamos.
No era terquear, era como siempre: tenías la necesidad de demostrar tu supuesta superioridad intelectual a costa de ser la más dura en la batalla dialéctica que se fraguaba en cada ocasión. A mi más bien me importaba (y me importa) poco, lo de ganar o de perder, tener razón o no en una agria disputa. No acostumbro a tener la necesidad de demostrar nada a nadie, que bastante duro es el vivir aceptándose uno mismo como es, en lo que es.
He escuchado en varias ocasiones respecto de mi que conmigo no hay quien discuta, que no me mojo.
Cuando lo pienso, me hace gracia, con lo que me gusta a mi el agua. No me gusta discutir porque de antemano sé que no voy a llegar a ninguna conclusión. Prefiero simplemente intercambiar puntos de vista pacíficamente, aunque reconozco haber discutido bastante.
No recuerdo bien cual era el tema de la conversación que se volvió disputa, pues sólo mantengo en mi la sensación de las hojas en las copas de los álamos blancos brillando, agitándose esplendorosas en armonía, como una caricia.
Esa tarde mientras yo me proyectaba hacia fuera, tú buscabas la belleza absoluta en un autor o un proyecto y me parece que me reprochabas como no podía llegarme tan adentro algo tan importante, o grande o que se yo.
Me produce bastante placer ser capaz de descifrar ciertos lenguajes u obras, pero no dejan de ser pajas mentales. Aunque es cierto que a veces se encuentran ejemplos donde resuena la hermosura e incluso raras excepciones en las que te confundes con su belleza.
La belleza no está en los juegos de palabras en si mismos, la belleza es experiencia directa. Las palabras, las pinturas, las esculturas y las arquitecturas; los cuerpos, las mentes... son sólo un medio de transmisión, como el agua de la vida.
En realidad pienso que no hay obra humana que iguale la perfección con la que la naturaleza crea.
En esos minutos del recorrido sentí, aunque no supe contármelo hasta después, que con frecuencia confundimos la belleza y el amor con otras cosas que no tienen nada de bello, ni que ver con el amor, ni tan siquiera con el cariño y la ternura.
Ponías toda tu pasión en lo que hacías, de lo que no eras consciente es que tus demás compañeros también lo hacíamos, cada uno a su manera. La diferencia clave es que nosotros no sentíamos la necesidad de exhibir lo poco o mucho que íbamos aprendiendo.
Yo solía decirte que te amaba en la misma proporción que te odiaba. Tenías (y supongo seguirás teniendo) muchas virtudes, pero la necesidad tuya de poseer el tiempo, mi tiempo, me asfixiaba y me dejaba exhausta de energía.
Yo sé que cuando estoy contenta es bastante fácil que te rías y te diviertas conmigo porque disfruto mucho compartiendo mis imaginarios disparates, poniéndolos en escena.
Harta ya de escuchar tanta doctrina tuya convertida en supuesta verdad, te invité a que mirases a través de tu ventana, esa tarde, por comprobar si averiguabas donde estaba mi atención. Me contestaste que no veías nada de extraordinario ahí fuera. No veías los árboles vibrando.
Ahí entendí que poco más íbamos a ver juntas.
No considero que nadie tenga que pensar o sentir lo que yo siento, porque no es necesario. Escribo esto porque, aunque no comparta tus gustos ni las maneras de obrar de las personas, tampoco tengo por costumbre despreciar las cosas que le gustan a otra persona o las que hace.
Yo sé que alguna vez te habrás preguntado porque decidí que nuestros caminos discurrieran por terrenos tan distintos.
Sé bien que tengo una paciencia bastante amplia con las personas. También sé que mucho allegados y supuestamente amigos, han confundido mi bondad con debilidad, la predisposición a estar ahí con obligación de estar siempre disponible, el cariño y mis gestos de afecto, el amor, con ver mi cuello despejado para ponerme un yugo a cuenta de no sé que.
Y con todo, continuo.
Pero si hay algo que no soporto es que traicionen la confianza que de entrada otorgo a casi todo el mundo, sobretodo es detestable si es para obtener un beneficio tuyo que a mi me perjudica.
Y con todo, cuando escribo esto, soy consciente que todos hemos pecado en mayor o menor medida de estas faltas, porque si no no sabríamos de que hablamos cuando escribimos.
Estos días me acuerdaba de esta escena porque es primavera y porque en esa etapa de mi vida era bastante fuerte.
Hay que ser fuerte para admitir que algunas personas no se merecen compartir nada conmigo. Entonces supe salir fuera de tu campo gravitacional y abandoné mi postura de satélite en órbita respecto de ti.
Desde la conciencia cambiamos para ser mejores personas, para dar lo mejor que hay dentro de nosotros a la vida.
Y con todo, espero y deseo que la vida te haya tratado y te trate muy bien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario