domingo, 23 de octubre de 2016

Sin trampa ni cartón

El amor es en infinito en sus manifestaciones.
Resplandece en la diferencia. Y cada ser es  la forma que adquiere cuando se manifiesta en la materia.

Es cada camino; la intención del movimiento que motiva a recorrer ese camino y no otro;  y  las huellas que marcamos y que nos conducen al inevitable encuentro con lo que verdaderamente somos.

Decimos que se acaba, que duele, que queremos volver a él. O a ella. O a ellos. Cómo si el amor se limitase a un instante con un rostro, a alguien o algo concreto. 

¿Acaso el perfume de nuestra esencia no se encuentra impregnado de todos sus matices?

No. No se acaba.
Que no: no duele, no.

No se vuelve a donde siempre se está. Lo que somos.

Eso que duele, que parece que nos hace feos costurones, es sólo lo que pensamos. 
Tramamos. Nos generamos unas expectativas.  
Pero con el pensamiento nunca podremos abarcar lo que es continuo fluir,  pues jamás se adapta a trama alguna, ni idea.

Los laberintos del corazón son intrincados y poseen su propia acción y lenguaje.


Es la verdad de la Vida. 
Es su fuente y su origen.

In principio erat 

 A veces, se siente como un destello luminoso, fugaz. 
Hay quienes se empeñan en ver magia en esas pequeñas chispas juguetonas que somos, chispas divinas. 

Y sin embargo, en ese nada por aquí, nada por allá, se encuentra la clave de la magia. De la magia blanca: sin trampa ni cartón.

¿Verdad?




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