miércoles, 19 de octubre de 2016

Ahí es

Se puede volver del otro lado: mírame.

Ocurre que, después, ya no irás jamás a ninguna parte.

Retornar es ser completo.
Ser sin más y con menos.

No hace falta que creas lo que digo. Para mi es suficiente con crearlo. Lo que digo, lo que escribo, lo que hago, lo que soy.

Y no. No voy a ninguna parte. A nada que esté partido, desmenuzado, falto de su esencia. Pues es dentro donde se encuentra lo que es.

Volví. Si. Llovía. Y salí a la lluvia, a recibir el agua nueva.

Apenas me sostenía de pie, pero mis piernas recordaban los caminos del bosque, esos que sólo pueden recorrerse corriendo, con el corazón abierto.
Sin saber porqué, corría.

Veía la ciudad, sin filtros, sucia, gris y triste.
Caminaba y observaba hasta que las lágrimas me nublaban la visión.
No entendía que habíamos hecho para olvidar nuestro lenguaje.
No entendía porqué construíamos cosas sin belleza y vacías de significado.
¿Qué había pasado en la Tierra?
Sentía la sensación de asfixiarme, sitiada por tanta fealdad.
Me ahogaba el sucio aire que respiraba y me aturdía el ruido.
¿Ése era el sitio que había elegido para vivir?

Seguía observando.
Sentía las prisas. Un ir y venir sin orden, sin sentido. La gran urbe: la trama más absurda urdida por la pareja mal avenida del espacio y del tiempo.

Esos días, de camino a donde vivía, recogía flores, hojas y pequeños frutos, quizás para compensar con algo de hermosura todo el espanto que notaba.

Llovía. No paraba de llover.
Y en las largas noches de otoño, comencé a entender.

Veía su hermoso perfil recortado dormido a mi lado. Todo él tan precioso. Siendo tan grande en lo pequeño.

Una noche, no sé si lo imaginé, o lo soñé, vino a mi mente la imagen central de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. En concreto, el abrazo de dios a una mujer rodeada de niños.

Recordé, que una vez, había escrito a un amigo que eramos como dos rectas que se cruzan en el espacio sin llegar nunca a tocarse.
Esa imagen escrita con palabras, para mi, es el dedo de dios cuando crea al hombre.

Más esa noche me imaginaba que quizás no era así. Que ese vacío entre dedo y dedo, de dios y de hombre, no es el centro de la Capilla Sixtina.

Dios tiene dos brazos y dos manos.  Y con el otro brazo al que casi nadie atiende, dios abraza a la mujer y a sus hijos.

Y justo eso es lo que hice después de volver del otro lado, desplazar el centro de la creación y trasladarlo a esa otra parte, donde siempre tenía que haber estado.

Miraló.
No me creas.










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