martes, 4 de octubre de 2016

El viaje del elefante

Un día, de hace mucho tiempo atrás, conversaba con un querido amigo.
Él, que me conoce bien, me hizo una singular propuesta.
- Te reto a pintar un elefante, me dijo.
Más al hacerlo, habrás de reducir su representación a lo fundamental, sin necesidad alguna de recurrir a la imitación de su forma.
Se trataría de definir los elementos que permitan identificarlo como un elefante, exento de la contundencia de su masa y de su volumen.

Me quedé un buen rato considerando el reto y le contesté:
- Lo que me pides es complejo.
Es plasmar la expresión de un elefante con recursos poco convencionales.
Para ello, tendría saber como impresiona en mi un elefante.
Pintarlo sería pretender devolver las sensaciones que en mi provoca a través del filtro de mi alma.
Para poder conseguirlo tendría que impregnarme de todas sus facetas.
Tendría que conocer a fondo el elefante, vivir como él.
Sólo entonces, quizás, podría definir su esencia.

Marché a ignotas tierras, en busca del elefante.
Viajé mucho, caminando las rutas que hacen los elefantes, viviendo en la intimidad de familias de elefantes, que se convirtió en la mía.
Fui acogido por ellos en su generosa forma de ser.

A la vuelta, pasado mucho tiempo, me encontré con mi amigo. Éste, tras saludarme me preguntó:

- Bueno, ¿pintaste el cuadro del elefante?

A lo que yo le contesté:

- No, me he hecho músico. Compuse la sinfonía del viaje del elefante.




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