sábado, 20 de agosto de 2016

Santa Caterina

Caminaba callejeando, sin prisas, intentando impregnarme del encanto que me produce un lugar que voy descubriendo y me va sorprendiendo para bien: su seducción.

Se recortaban en el horizonte las agujas de una catedral gótica.
Y me dirigí hacia el edificio, a encontrarme con ese vacío que  envuelve en forma de plaza a la catedral de Barcelona.

A veces, cuando paso de una trama espacial muy pautada y pequeña  a un espacio vacío de escala mucho mayor, me gusta detenerme y buscar de alguna manera su centro. Y hacer  un giro alrededor del mismo  para ver que es lo que enlaza ese espacio no construido. Pues el vacío, al contrario de lo que se pueda llegar a pensar, es el nexo de unión de todas las cosas, ¿no?.

Entonces lo descubrí: vi asomarse la visera multicolor del mercado de Santa Caterina. Y me puse contenta, pues lo había mirado en publicaciones y quería conocer el edificio.

Nada más verlo, anoté lo siguiente:



"Un pantone teselado para ofrenda de los dioses. Un cobijo de sensuales trazos para el habitar del hombre".

Conforme me iba acercando, me iba decepcionando: es lo que me suele pasar cuando idealizo algo.

Porque hay encuentros en la cubierta (en realidad la idea es una cubierta que cobija a un edificio histórico, entiendo) que no se leen bien. O al menos yo, no los entiendo: su necesidad, me refiero.
Si veo bien los arcos principales, sus articulaciones, la estructura secundaria y los elementos de cierre. Enlazados con la tradición constructiva catalana, en cierta manera.






Al poco de la decepción, me acordé de unas palabras que había leído de Santa-María.

El edificio no transmite esplendor. De él no emana esa luz que ilumina desde dentro. La luz de la arquitectura.

Y bien. Ya que estoy aquí, me dije, en esta construcción también subyace un orden, pues vamos a leerlo: su orden estructural. Y al leer, veo que los materiales no están bien elegidos pues no aguantan bien el salitre de Barcelona: el paso del tiempo. Vaya.
En el encuentro del borde metálico de la cubierta con el revestimiento de mosaico,  tampoco se ha previsto que los materiales dilatan y se mueven. Y el mosaico está hecho añicos.

En fin. Pues vaya. Seguía pensando. Los edificios son como la vida, encuentros y desencuentros. Los Humanos los hacemos y en ellos se refleja nuestra dimensión.



Me desencontré del todo , al ver como nacían los pilares arbóreos metálicos del suelo: ni dioses ni leches: nacen del cemento y están llenos de meadas de perro.



Recordé con tristeza los maravillosos pilares de la villa Mairea de Aalto. La metárofa de los árboles del bosque en sus soportes anudados y sus espléndidas uniones con el suelo.
.
Con que facilidad borra la memoria don dinero, la desidia...pensé
¡Qué se yo!

Y entonces me marché, a ver las catedrales.

Y recordaba esa especie de compasión que me entra cuando ves a alguien desvalido. Humano, a fin de cuentas.

Aprendemos del error.

Idealizar, es un error.


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