sábado, 13 de agosto de 2016

Insoportables tangencias

Debiera ser un hábito saludable mandar al carajo. O a tomar por saco, vaya.
Me refiero a esos personajes, petardos y petardas de turno, abundantes en exceso, que llegan  a donde tu estás tan tranquila sin que nadie les de vela.

Te encuentras felizmente ensimismada, perdida en tus elucubraciones y rollos mentales varios o sencillamente leyendo y las más de las veces intentando ser la leve brisa de un árbol que se convierte en fresco vendaval.  Y de repente, así sin previo aviso, te avasallan de sopetón el personaje y su aburrimiento. Te abordan con un insulso: -¿qué haces?. Pues no lo ves (pienso): lo que me sale de las narices.
Y siento un gran fastidio,  porque soy consciente de que le importo a esa persona el mismo bledo que ella me importa a mi. Pero, sobretodo, porque cada vez me aburren más las clases de teatro.
Y mil veces, me digo a mi misma, que debería mandar al susodicho o susodicha a la ful. Eso sería lo suyo. Y así cortar el problema de raíz. Al final, no lo hago. Y vuelvo a caer. Y contesto (la verdad):
 - Pues leo y escribo, a ratos.
Craso error. Pues en ese instante he abierto la vida para el torrente de chorradas que a continuación se me indilgarán acerca de su vida y que a nadie importan.

Después de ser pasto de muchedumbres, aprecio las ventajas de la soledad, en cualquiera de sus ámbitos y expresiones.
Sobretodo, no concibo, porque  hay que soportar a quien no sabe estar a solas consigo mismo. (No te aguantas tú, pero te tengo que tolerar yo, pienso). De ahí viene lo que te aguante tu madre, claro.

Quizás, la próxima vez, que se me acerquen a invadir mi silencio con un -¿que tal? de careta mala, mi respuesta sea, por fin: -Vete al carajo.

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