Por un instante, te detienes.
Consideras, que has visto todo lo que tenías que ver.
Una vez más, te equivocas.
Errarás otra vez. Otra vez más. Y te morirás de dolor.
Si decides continuar, renacido, te saldrán ojos nuevos.
A esos hermosos ojos, los llamarás alas.
Sí: así somos de extraños.
Y es que, en lo nuevo que vemos exento de anclas, nos sentimos vuelo.
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