lunes, 7 de noviembre de 2016

In corpore presente


Escuchando sus clases magistrales. Atiendo a sus correcciones.

Sólo el cuerpo estaba ahí. No sé si él es consciente de la fascinación que ejerce cuando habla. El hecho es que, al escucharle, desaparecías del lugar, del aula, de allí donde fuera que estuvieses. Comenzabas con él un viaje a otros sitios, llenos de casas, habitaciones, estancias, encuentros, estares, materia, luz, de esencia del habitar del hombre, de humanidad. Allí nos llevaba, sin pretenderlo, sin más que levantar el vuelo de su imaginación, con la pasión de quien ama la vida y con la maestría de su alma.

Hay personas a las que se llega por casualidad, o quizás son ellas las que te encuentran a ti. El caso es que nunca se sabe. Nunca se sabe suficiente.

Cuando llegas a algunas personas ya no existe retorno posible. Y cada vez que acudes a su presencia, o meramente a sus huellas, descubres algo nuevo. No sabes bien si es algo que había previamente en ti y que desconocías. O algo que sin más es de la esencia de esa persona y que te enamora. Insisto: nunca se sabe.
No nos pertenece ni el aire que respiramos, ni tan siquiera eso que llamamos ego y que con pertinaz frecuencia nos enmascara y nos opaca.

Hace días volvía a sus referentes. Inconscientemente sin saber que buscaba, pero sabiendo que es una fuente de aguas siempre nuevas.

Me detuve en esta inquietante imagen:




Inquietante porque es de esas raras veces que no sé leer exactamente lo que estoy viendo.

Y sin embargo siento tantas cosas presentes ahí.

Veo un encuentro. Una cuerda suavemente apoyada en un extraño botón de madera atornillado a la pared adyacente. Un nudo de ahorcado.

No puedo evitar pensar "Killing my softly"

Vuelvo de la imagen al autor de la obra, de la persona que estoy hablando, de Santa María.

Sí: es uno de sus encuentros. Todo dialoga y sonríe ante la presencia del otro.

Entorno un poquito los ojos, como tantas veces nos decía que hiciésemos.

En un gesto en el que quitas luz de la proyección que estás percibiendo (para ser consciente que no deja de ser más que ilusión o símbolo) y te enfocas en el interior de tu espíritu, en la verdadera luz.

Sí: a veces me pasa. No me fijo en lo obvio.

Vuelvo a mirar y veo que  había letras en la imagen.

Joyería Jorge Rojas. Madrid. 1999.

Me río. En fin.

Indago. Socorrido San Google, aunque no por lo bendito.

Bien. Es el remate final de una barandilla de una escalera, realizada con cuerda de pita.

El imagen se ve o intuye el montante final de madera, donde se guían las cuerdas y el encuentro con el muro.

Es un gesto amable.

Parece una amarre de una pequeña embarcación, sin serlo, sin amarrar nada ni pretenderlo.

No es una tangencia, ni tampoco un apoyo, podría pensarse que es ambas cosas o nada de eso.

El arte sugiere.
Nunca da nada por sentado.
No se sujeta a nada ni a nadie porque nada le pertenece ni pertenece a nadie.

El arte no se somete.
Es revolución, muchas veces callada, silenciosa.
El arte expresa, te llega a las vísceras, es potencial en estado puro.

Imagino esa barandilla de cuerda como una seda de aracne. Un continuo fluir de idas y venidas, de subidas y bajadas, para al final ir a encontrarse con su principio. Y morir. Suavemente.

Es una suerte de uróboros: el eterno cambio.

Esa inquietud me sigue tocando las vísceras. Y se transforma en sonrisa. La satisfacción que produce la arquitectura da risa, que diría De la Sota.

Es, en cualquier caso, un hermoso encuentro.

Un encuentro que me lleva a recordar la Historia de los dos que soñaron.
Un cuento de las mil y una noches que me narró , hace mucho, un querido amigo.
Escuchar su cuento. Un hermoso e imprevisto momento. De cerrar completamente los ojos.
No me habían contado antes un cuento, no. Nunca es tarde.

A veces, quien nos sabe apreciar, ve en nosotros cosas que nosotros mismos no conocemos. Otras veces, se trata de nuestras dolorosas carencias.

Hay seres alados que reconfortan la espinosa grisura de lo cotidiano.

Hacen de sus alas tus alas. Y con suma paciencia te llenan de amor, porque saben que es la única manera de que nazcan tus propias alas.

Y dentro de su jardín, debajo de su fuente, desenterró el tesoro, terminaba el cuento.

Y entonces, se cumplió su sueño. De ambos. Los dos son seres del aire.

A partir de entonces, podía hacer desaparecer del lugar con sus palabras mágicas, a quienes tuvieran a bien soñar con otros mundos donde morar el alma.






No hay comentarios:

Publicar un comentario