miércoles, 16 de noviembre de 2016

Emergencia

Sumergida por completo en el eco de la niebla, buscaba con ansia la proximidad de los seres y de las cosas.

Las manos tentando algodonosos vahos, como si fuesen algo denso a lo que poder aferrarse.

Es extraña la visión que esparce una luz desteñida, plana, en la que se diluyen los matices.

Es más rara, quizás, la fascinación que ejercen determinadas imágenes cuando llegan envueltas en apariencia de correspondencia.

Leía páginas de nieblas olvidadas, decorado perfecto donde pergeñar el refugio abandonado de un sueño de princesa.

Desenfocados amaneceres de fría humedad, auspiciaban los noviembres de la infancia, ese extraño limbo de la niñez que nunca acaba.

La desolada estepa cubierta por un manto donde se camuflaban fantasmagóricas formas.

Entre los vapores de la niebla, empecé a distinguir el humo del incendio que consumía mi alma.

Sé que no sabes que el alma confinada en un reseco y diminuto reducto, termina matando su cuerpo para convertirlo en nube y poder, así, explayarse en vastos espacios.

Soy la densa bruma.
Vapor de agua que desciende a confundirse con la tierra.

Soy el gélido aliento de los campos de dios.

Con grave determinación caigo en la cuenta de un instante en el que nada es importante.

Estoy hecha de gotas de aguas abisales que se elevaron desde la profundidad de su lecho.

Era despertar en una fría mañana de otoño.

Era salir de un camino tramado en un mundo sin profundidad, falto de perspectiva, sin la necesaria compañía de la penumbra.

Despertaba.
Y todo mi ser ardía.
Sabía que no era la vida el peor de los sueños.

Sentada a la otra orilla, siento la calma del amor, recogida en tu regazo donde volvió a prender mi llama.







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