miércoles, 2 de noviembre de 2016

La sombra del ciprés

Si miras bien, los frutos del ciprés parecen calaveritas.
Algo así decía la voz de uno de los personajes de una novela de Delibes.

Emerge la fronda áspera de los cipreses sobre las líneas encaladas de los muros del cementerio.
Semejan agujas punzando el cielo. Delgados brotes en la nada de la meseta desnuda.

Alguien, elucubraba una mañana, sobre la posible función de los cipreses dentro del camposanto.
Yo dibujaba y escuchaba.
Otro alguien, decía, que estaban ahí porque los frutos del ciprés se usaban a modo de rodamientos para mejor deslizar los féretros en los nichos.
La imagen me produjo risa.
¡Maldito empeño humano de buscarle a todo una función!
Ni siquiera lo que comemos se limita a lo funcional. Y pese a todo un movimiento postulando lo contrario, la función nunca hizo la forma.

El hecho es que esa entretenida mañana laboral, nadie parecía tener una respuesta convincente al porqué los cipreses se sembraban y crecían en los cementerios.
Yo, tampoco.
Pero había algo que me parecía tan obvio.
No me contuve y me sumé a la charla.
Les dije que los cipreses habitan los cementerios porque es insoportable tanta horizontalidad, ésa que ahí se explaya en el recinto dedicado a los muertos.
Entonces, sólo hubo silencio.
Y se pasó a otra cosa.

Los cipreses son líneas verticales vivientes en conexión directa con el cielo. Su presencia es un mero contrapunto a la horizontalidad de la muerte.
Eso pensaba en ese silencio.

Me gusta esa explicación: me quedo con ella, contestó al largo rato un compañero.
- Toda tuya, si quieres, le contesté.

El ciprés es sólo un símbolo que representa la postura erguida del hombre cuando camina, puente entre la tierra y el cielo. La vida coexistiendo con los despojos yacientes de esos otros que también fueron hombres.

En muchos lugares, junto con los cipreses se plantaban almendros. El almendro es el árbol que primero florece anticipando la primavera y representa la resurrección. El hombre observa  a ambos árboles: ciprés y almendro, siente a la vez que completa la naturaleza trina de la realidad.
Vida, muerte, resurrección.

La sombra del ciprés es alargada y se proyecta sobre las tumbas cercenando su percepción global. Pero las luces y las sombras sólo son aspectos de la misma cosa,  matices que sirven de excusa para aprender lo que somos.

Las palabras se mezclan y combinan con los recuerdos de lo que fue, con las trazas de otras palabras que dejaron algún poso. En otro orden, con otra forma.

Dice Alfredo, en la novela de Delibes:

- Los cipreses no puedo soportarlos. Parecen espectros y esos frutos crujientes que penden de sus ramas son exactamente igual que calaveritas pequeñas, como si fuesen los cráneos de esos muñecos que se venden en los bazares.

Símbolos de símbolos cuyo significado, quizás, se llena de lo que somos.



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