Erase una vez que hubo mucho tiempo en mi.
Tiempo animado por los relojes, la cadencia de las estaciones y los años de espera.
Había una vez un tiempo en que soñaba.
Soñaba mucho y muchas cosas.
Algunos de esos sueños se repetían de manera cíclica.
Otras veces, si el sueño me hacía sentir alegre, me despertaba adrede, para trasladar a mi otra realidad la sensación de contento.
En uno de esos sueños repetitivos, soñaba que caminaba por sitios comunes. Caminaba despegada del suelo, a un palmo del mismo. Iba, por ejemplo, por las aceras, felizmente levitando, dando zancadas en el aire, exenta de gravedad.
Comenzaban a aparecer personas en el sueño, con las que me cruzaba, e iban andando ellas con sus pies en el suelo. Yo miraba a todas esas personas que se cruzaban conmigo y comenzaba a pensar. Pensaba que como era posible que esas personas no se dieran cuenta de mi extraña manera de caminar flotando. Debo ser invisible, concluía, pues nadie manifiesta sorpresa ante mi presencia.
Sí, debía ser invisible en el sueño, pues en la realidad bien que lo era.
Entonces, había tiempo y cierta concordancia entre lo que era mi vida y mi subconsciente; más no le prestaba demasiada atención.
Recuerdo la sensación de sentirme en la gloria en el sueño.
Era un alivio no tener que contender con quienes se cruzaban en mi camino, puesto que no me veían, tampoco existían ellos.
Ocurrió que aterricé, desde esos treinta centímetros, y toqué suelo.
Lo breve me supo tan hondo, que sentí como salía por el otro lado del mundo.
Fue todo un ecuador excavado en el mayor esfuerzo auto destructivo jamás pensado.
En la apreciación y en la sensación, cuando no en la necesidad, se encuentra el sentido de la medida.
Antes de llegar, veía el mundo por un agujero.
Con desordenada curiosidad comencé a escarbar en el mismo y ,con absurda insistencia, me puse a hacerlo más profundo. No sé porqué le cogí el gusto a lo oscuro.
Salí por otra oquedad, al otro lado del diámetro terrestre, para ver el cielo en todo su esplendor con los pies tocando la tierra.
Entonces, comprendí, que el cielo comienza a ras de piel.
Entonces, dejé de tener el sueño en que levitaba, quizás porque comencé a vislumbrar que la gravedad es necesaria para volar sin ser arrastrada por las corrientes.
¿Cuanto consideras que cabe en un palmo?
Yo, un palmo, podría llenarlo de todo el tiempo que se me acabó, que ya ni tendré, ni tuve, ni tengo.
Podría hacer miles de millones de secciones transversales de todo ese tiempo habido, llenas de billones de millones de espacios.
Camino y no me caigo.
¡Qué cosa tan rara!
Me he caído tantas veces que tendría que tener innumerables e innombrables miembros motores llenos de dedos para contar mis caídas.
Ando y observo con atención.
No me gustan muchas cosas de esta vida terrestre. Cosas que suceden y que duelen en lo más profundo del alma. Cosas que no deberían caber ni en mi cabeza ni en la de nadie y, sin embargo, hacen arder el mundo y lo pueblan de terror y de miedo.
E inevitablemente, las huellas de mis pies, se imprimen en esta tierra.
Sé que el dolor es el medio ideal del que se sirven pretendidas voces para enturbiar las palabras.
Y se permiten adjetivos justo en los lugares sustanciales que son puntos de fuga.
Aunque sea posible, no todo vale. No.
Mi bálsamo para disipar el dolor es encontrar la belleza por doquiera que transito. Y su antídoto, jugar a que todos somos personajes de una comedia que, en ocasiones, hasta tiene un buen guión.
Es éste un pisar sin espera, con unos pies que saben que una vez que caen las hojas en otoño, se entregan al universo con toda la hermosura de la que son capaces, hasta el momento final. Y su final no es más que el inicio de la fabulosa química elemental de la génesis de la vida. De su substancia, nacen hermosas flores, fragantes notas de viento en su danza ancestral y eterna.
A veces, soy árbol, savia y hoja, mar y vela.
A veces siento que la vida
Merece todas las alegrías
Y ninguna de sus penas.
A veces, soy rosa en el desierto
Fósil cristalizado en la arena.
A veces, paro de pensar el camino
Y soy el devenir de las estrellas.
A veces, te acercas despacito
A mi cuerpo que te sueña.
Y nuestros labios, se encuentran.
Y somos luz en lo eterno.