Y llega ese momento
en que eres capaz de contar y contarte esa visión resumida y a grandes
rasgos, poco distorsionada de lo que pensabas que había sido tu vida.
Y lo estoy narrando como si fuese la vida de otra persona,
como si fuese simplemente una historia de una pequeña niña por la que alguna
vez sentiste algún sentimiento parecido a la empatía.
Ahora sabes que eso no es lo que te hace ser lo que eres.
Estos últimos, que
aparecen como primeros recuerdos, son sólo lascas de piedra diseminadas por
doquier: se han ido sedimentando en un
desorden más o menos disperso, a golpe de duro cincel.
Esas líneas entre estratos en las que en apariencia parece
no saberse que ocurre.
Más esos vacíos de información no existen.
Son los silencios que van articulando los acordes del
pensamiento.
Esas pausas que permiten asimilar una primitiva manera de
concebir los conceptos en planos limitados.
Y soy, ahora, en un campo de paz.
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