Las nubes, aun flotando, pertenecen a la tierra. Y éstas, conscientes de ello, le devuelven en las más diversas formas su bien más preciado.
Nada sería de la tierra sin el cielo
Y de éstos sin su sol y su luna.
Y de éstos sin los planetas y las estrellas.
Todo lo que es en grado superlativo
es de la misma manera pero en distinta forma en cada último fractal.
Esos trazos que surcan en forma de líneas las nubes,
se configuran en el espacio distribuyéndose en un perfecto compás.
Y comienza la danza, al ritmo de las notas evanescentes.
Hay cosas que creemos no sabemos.
Y no se trata de eso (de ignorancia).
Es sólo que se nos han olvidado.
Y para traerlos de vuelta es necesario apartar el heredado pensamiento.
Hallazgos, a veces en forma de arqueologías
que consideramos del pasado y que no comprendemos.
Entonces, los denominamos un misterio.
O buscamos causas o fuerzas ajenas a la tierra.
Sin entender que este planeta es sólo una de las maneras posibles que tenemos de aprendizaje.
Sin considerar el pensamiento como una suerte de estructuras cambiantes que sirven para filtrar y organizar la realidad de lo cotidiano, a veces (las más) con determinados fines.
No se puede completar el puzzle con unas pocas piezas.
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