El frío despereza mis agarrotados miembros.
Parece que mis miedos se van estrellando, uno a uno, contra un muro de indiferencia.
Creía que no volvería, en mucho tiempo, a coger un grueso volumen en mis manos, abrirlo en canal y devorarlo. Pues el caso es que acabo de depredar una novela "negra" y me ha resultado muy gratificante perderme, por unas sesiones de unas horas, en otras apariencias y otros mundos.
Lo mejor, es que compruebo que mi mente se ha recuperado estupendamente y la vista, aunque de noche me falla, aun está bien compuesta en mi cuerpo.
Mientras y, de momento fuera, el coronavirus se va explayando cada vez más y más, con el frío polar asido a su mano. Para que no olvides ni un solo instante su voracidad, estamos expuestos a un incesante bombardeo de ¿información? que nadie acaba de entender y mucho menos asimilar. Lo mejor en estos casos es cerrar el grifo y sumergirse sin remedio en el ahora.
Sobre la mesa está la taza de café de media mañana. A su lado, yacen virginales, los papeles de acuarela que esperan impacientes su próxima transformación. Ahora mismo no se me ocurre ni como comenzar. Supongo, que lo mejor será comenzar con un fondo suave y sugerente.
Es curioso, también estoy empezando a dejar de sentirme mal (sentirme culpable) por pensar que administro mal el tiempo libre de ataduras que me ha sido otorgado. En realidad lo que creo que sucede, es que cada vez pienso menos y procuro sustituir la mayor parte posible del espacio del pensamiento por espacios construidos con pequeñas acciones.
Es un intento de ir a la par: ir pensando de manera breve e inmediata e ir haciendo y entregarse de manera plena a la acción, aunque la acción en un momento dado sea fregar los cubiertos y la vajilla.
Volviendo a la novela que he terminado hace unas horas, creo que es la primera vez que leo algo en lo que no me identifico con ninguno de los personajes. La novela (Reina Roja de Juan Gómez Jurado) no es la puta locura. Simplemente, sentía la necesidad de leer algo "entretenido", leer algo sin tener que estar deteniéndome a cada instante para ver que quieren decir unas pocas líneas, como me pasa con Javier Marías y muchas veces todavía con Umberto Eco.
Hace un rato pensaba para mi que no deberíamos consentir que el pasado nos haga esclavos a través de la memoria.
La memoria (propia) es el mecanismo del cerebro que hace que sintamos continuidad de ser, que nos sintamos como individualidad, que pensemos que realmente existimos como un yo.
Toda acción y todo pensamiento quedan sometidos a sus dominios.
Últimamente pienso mucho en que creía estar enamorada de una persona y, en realidad lo que ha sucedido es que he estado mucho tiempo enamorada de una idea sobre esa persona; de sensaciones y sentimientos pasados que sacaba a flote una y otra vez, igual que el religioso se entrega a sus plegarias.
Algo que sucedió con esa persona por una breve estancia de tiempo, en contados momentos, ocurre que no he sabido asimilar que nunca más volverían a suceder.
Ahora sé que he pasado mucho tiempo aferrada a la necesidad de volver a verle, sin querer entender que hacía mucho que lo había perdido. No quería soltar vínculos y en realidad creía aferrarme a algo que nunca había tenido. Hasta llego a sospechar que nunca hubo reciprocidad de sentimientos. Sí, he perdido el tiempo hundida en la prosa vil.
Pero ahora, ¡qué bueno que pasó!
Ahora sé que no podía leer porque era el acto que más me acercaba a él, a mi pequeño dios particular y no hacía sino intentar leer libros que me figuraba que podían estar en su repertorio. He entendido que yo ya estoy desde hace mucho en otra frecuencia, me lo dice la llama sagrada que habita mi pecho.
Ahora sé otra cosa, que también se puede escribir sin estar enamorada. Los resultados son distintos, pero la necesidad de expresión sigue siendo la misma, pero ahora soy yo desde la consciencia quien debe prender el motor.
Pero que no esté enamorada de un hombre no significa que la energía creativa desaparezca, hay muchas fuentes que manan para mi deleite y placer. Eso es al menos lo que siento.
Me he acercado a este lugar ficticio para escribir unas líneas, para decir que no sé de qué exactamente pero que me estoy curando. Que por fin puedo volver a leer y concentrarme. Que he sustituido el miedo a la hoja en blanco por una inyección de energía potencial.
Que en cada acercamiento a través las palabras, con los pinceles, con el medio de expresión que sea, se derrama un poquito de mi alma y que al verterse, lejos de disminuir, su "dimensión" aumenta.
También he descubierto que lo más preciado que hay en este mundo es estar en paz, porque desde este estado todo es posible.
Y de momento no se me ocurre nada más. Vamos a alcanzar el mediodía, una medida de tiempo muy cercana a la una y cuarto.
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