miércoles, 30 de agosto de 2017

The archer

Parecía algo imposible.
No lograba comprender como un ser tan majestuoso, pudiese haber sido abatido.
En el frenesí que precede a la fiesta, me acerqué sigiloso, con mi caminar invisible.
La vida se le escapaba en un lento fluir viscoso. Todo era rubí.
Acaricié su rostro, por primera y última vez. Cerré para siempre sus ojos. Volví al hogar.
Sentí una extraña y honda pena. Desolado, contemplé mis manos cubiertas de su sangre aún húmeda.
Le imaginé bramando, corriendo libre en las verdes praderas, azotando al viento. Después, en descanso, recobrando de nuevo su perdido aliento.
Fue en esos instantes, que se produjo la alquimia de mis manos, a la piedra.
Fue en aquel momento que decidí ser arquero.





Desde el más remoto origen, el arquero encontró en el firme suelo, el nexo de unión con el mundo de los sueños.
Y con determinación, emprendió su vuelo al encuentro de su arte.

El arquero es hombre de un único ciclo en la tierra.
Sólo le acompañan su arco primigenio, en el que se apoya y las flechas, que moldea adecuándolas a los paisajes del camino.

Perfecciona el arco en su devenir continuo. Va tomando una curvatura que lo hace cada vez más recio y profundo. Alcanza el refinamiento necesario para que llegado el momento final, con la tensión y fuerza adecuadas, proyecte al arquero y lo eleve más allá de las estrellas.


El arquero, no necesita ningún punto de referencia establecido, como son los vértices geodésicos, con los que se referencia la cartografía terrestre.
El arquero, no utiliza proyecciones ni ilusiones ópticas en su trabajo.
El arquero, crea sus propias coordenadas. Su sistema de referencia es de "n"  dimensiones
El arquero, se construye al mismo tiempo que el objetivo.
El arquero ve.


El arquero proyecta su vector con la intención tácita de que adquiera su alcance máximo.  
Se encuentra en aquel punto que no tiene nombre, en ese en el que se tocan las líneas paralelas.

Cielo, arquero, arco, vector, suelo, ámbito y objetivo, en un instante certero, son una única cosa.
Son el instante pleno.


Un arquero no caza, alcanza objetivos. Más su objetivo, nunca es quitar la vida a un ser: nada más lejos de su voluntad y de su conciencia. Al contrario: el arquero es expresión singular de la vida misma, en la forma que atraviesa todos sus estratos. Penetra la vida, en lo más profundo y, a la vez, simultáneamente, asciende hasta lo más elevado.

El arquero es medio.


Un arquero no tiene nombre propio.
Un arquero es un ser solitario. Pero gusta, en ocasiones, de moverse entre los espacios comunes y compartir su arte para deleite de muchos.


El arquero, a veces, tensa hasta casi llegar al límite de rotura la cuerda de su arco. Entonces, la misma, es extensión de sí y de todas las condiciones de contorno del instante.

Es necesario avanzar, aunque cueste mucho, mucho. Lo hace conduciendo sus pasos ingrávidos hacia el objetivo, siempre,  sin perderlo de vista.


El arquero, con la actividad de su cuerpo, modifica el entorno para adaptarlo y adecuarlo al momento perfecto. Pacientemente, ha ido construyéndolo en su mente.

El momento no llega: se sabe. Entonces, la flecha se dispara.
El blanco, es certero.

El arquero porta con honor en sus cueros cicatrices.
Cada una de ellas representa el punto de inflexión sobre aquello que le hizo vulnerable.
Fue herido en diferente grado.
Enfrenta, tenaz, cada miedo.
Lo disuelve en la mente.
Gana.
Ágil, se centra, en su próximo objetivo.
Cada vez, es más liviano su arco y está más repleta su aljaba.


El arquero se escabulle, sigiloso, entre la fronda del oloroso bosque.
Va en busca del blanco manto del lento invierno.
Es ingrávido, en su cuerpo. No deja tras de si nada, ningún indicio que delate su presencia. El orden se mantiene. Todo está como tiene que estar. Todo sigue como tiene que ser.
No siempre fue así.
Para llegar a ser arquero ha transcurrido toda una vida de objetivos fallidos.
El arquero ya no celebra los aciertos. Agradece la oportunidad de poder construirlos. Y continuar.
El arquero no mira al calendario. No hay más que dos fechas importantes, que mantiene en su memoria.
El día que nace su hijo.
El día que renace el arquero.
El día se aproxima.
El arquero se inquieta.


El arquero, alcanza su objetivo, entonces, canta.
El arquero es música de agua, de olas de mar, de fuego, de aire.
Su canto, despierta a la tierra.
Es la verde voz de ese trigo que se vuelve masa y que al calor, fermenta, crece y alimenta.


El arquero infatigable perfecciona los instrumentos de su arte.
Adapta su arco a su musculatura cambiante. A las estructuras de nuevas flechas, precisas para dejar al descubierto nuevos objetivos.


El arquero nunca cesa de buscar. Comienza a hacerlo con los arcaicos mecanismos del pensamiento.
Es un avance arbóreo. Se aleja de lo concreto e intuye lo importante.
Entonces, encuentra. Se encuentra a si mismo.
El arquero es incansable.
Anhela un perfectísimo arco. Arco etérico que lo conduce, presto, al cielo.

En ese  último instante, ese que ocupa el lugar de cualquier instante, se ancla a la tierra con todas las fuerzas de las que es capaz, hasta derramar el último aliento, para impulsarse más allá del cielo.

Sólo entonces, es música. Vibra con la armonía de acústicas ondas. Siente el abrazo de miliares de partículas de oro.

Es con la luz. La esencia.













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