Me detengo a sumar el tiempo transcurrido desde el ultimo encuentro contigo y siento el vértigo de la indiferencia.
Noto el peso del aire en tu silencio, aire aún denso pero que ya se respira mejor sin toda esa carga de dolor.
Tan enganchada estaba al dolor, que había olvidado que cada lamento por lo que no fue ni será ya, no hace sino ensuciar el presente y restar plenitud al regalo maravilloso que es el potencial del ahora, lleno de vida.
Al ir reconociendo los (últimos) elementos a los que me aferro y son mi freno, voy entendiendo que, en ocasiones, por no mirar dentro de mi, había llegado a ser capaz de creer en cualquier cosa antes que afrontar el miedo que sujeta la mente a la ficción, todo ese inconsciente en el que se enmascara la verdadera realidad mezclada con impropios pensamientos.
Cuando creo haber alcanzado la meta, descubro que tras cada hito alcanzado hay otro todavía más elevado en una concatenación creciente sin fin.
Pienso en la alquimia transformadora del orden de los acontecimientos en la memoria y me parece un misterio que lo antes dolía tanto se sienta ahora tan distinto. De fracción fugaz de tiempo a fracción fugaz de tiempo, cada recuerdo se aprecia de diferente modo según el ánimo que impulsa el momento presente. Conseguir en la mente una buena convivencia con los recuerdos es la antesala de la calma interior. Encontrar el orden preciso de los acontecimientos es dotarles de sentido en el ahora, integrarlos con lo que se es, procurando mantener el difícil equilibrio de cada instante.
Realizar ese orden es todo un arte, pues no hay vuelta atrás en el camino hacia uno mismo, cuando has visto que es el único posible. Sus trazas empiezan a generarse desde la aceptación.
Desde una paciencia nueva, conmigo misma, empiezo a relacionarme con lo que realmente soy casi por vez primera.
Hace mucho, escribí o dije que me gusta quedarme con lo mejor de cada persona, siendo consciente de que cada ser tiene también cosas en las que no vibramos, con las que no sintonizamos.
De lo que no eran tan consciente, quizás, es de haber olvidado mis zonas luminosas que conviven con el mundo de las sombras.
Ahora, pensaba que es probable que no vuelva a coincidir contigo
Antes esa idea me angustiaba y me ponía muy triste.
Lo cierto es que he aprendido a amarte más desde la soledad y el silencio.
Luego de amarte, a abrirme un poquito a los demás.
Y como nunca se sabe (que diría el Principito) llevo siempre un bote llenos de puntos y comas camuflado entre la arena de mis bolsillos.
Una vez quité el reloj de mi pulso, pues aprendí a medir el tiempo y el espacio entre presencias y ausencias, de persona a persona, de corazón a corazón.
El ser esencial que somos se enriquece con las armoniosas notas de todas esas flores que tienen a bien salir al encuentro en el camino. Sin ellas la vida sería algo insulso e insoportable.
Cuando una persona amada decide salir de mi vida, me quedo siempre con la sensación de si existiría algo, alguna cosa que pudiera haber hecho o pudiera hacer para no caer en el olvido de esa persona. También con la quemazón de saber que podía haberlo hecho mucho mejor.
Apenas comienzo a atisbar ahora, que el corazón carece de olvido.
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