La lluvia cae de manera intermitente.
Las campanas de la iglesia repiquetean, llamando a misa de doce.
Marcos con un andar peripatético, apuntes en mano, estudia.
La gata duerme enroscada encima de un cojín de un sillón.
Y yo aquí, dispuesta a encontrar algunas palabras que rellenen huecos de mi vacío interior que siempre me acompaña.
Los días corren sin freno en el calendario y yo siento, a veces, que es la vida que se nos escapa de entre las manos como un puñado de arena fina de una playa de mar.
Hace algunos días, parece que la ansiedad y la angustia vital, se han aquietado. Y eso está muy bien porque no voy paralizada pensando todo el rato que es lo próximo que tengo que hacer. Sencillamente hago cosas.
Estaba, ahora, considerando que los recuerdos también se agotan, que la vida necesita seguir avanzando y proyectarse en nuevas vivencias, para ir reuniendo más ladrillos en la fortaleza de la memoria.
Ha dejado de llover. Echo de menos su repiqueteo en los tejados y algunas superficies.
Hoy, por primera vez desde hace ya bastante tiempo, siento un poco de paz en mi interior y esta sensación ordena el resto de mis acciones.
Miro las redes sociales y los chats de mensajería: nada de particular. Me aburro.
Hace mucho, mucho tiempo que (casi) nada me conmueve. Yo le echo la culpa a la medicación que tomo, aunque a veces pienso que a lo mejor me he vuelto así después de todo lo sucedido, una mujer impasible.
Ahora que me siento más fuerte, necesito salir de este bucle que me he construido. Necesito recuperar la alegría y sentir, sobre todo sentir nuevas sensaciones, porque aunque muchas veces las llamemos igual, cada vez son distintas.
Cada día, cuando mi hijo vuelve del instituto, antes de comer me relata las cosas más significativas que han acontecido en su jornada estudiantil. Siempre me pide que le cuente que he hecho yo. Y yo, le contesto casi siempre lo mismo: cosas de la casa, compras y cocina. He reducido mi vida a la mínima expresión, y no me gusta. Voy a comenzar otra manera de vivir. Voy a poner cada día una pequeña tesela en el mosaico que compone mi sueño de ojos abiertos.
Soy una derrochona de tiempo, pues ahora mismo es lo que más tengo y no he sabido todavía invertir ese tiempo en hacer buenas obras y cosas de provecho. Salvo casos puntuales.
Fuera, como es también dentro, si sabes mirar una belleza vibrante y límpida se explaya en primavera.
El verdor de los campos salpicados de amapolas y muchas otras flores, los olores embriagadores de los árboles en flor, los cielos de atardecer y amanecer que colorean sus nubes en millones de matices.
El canto de miriadas de pájaros proclamando en su reino de aire su alegría y libertad.
Siento mucha incertidumbre, respecto a lo que va a pasar con la pandemia en los próximos meses. Mi vida social es nula, mis relaciones se reducen prácticamente a las salidas y encuentros con el clan familiar más cercano.
Por cierto, ya se puede visitar a mi madre y sacarla a dar un paseo, y darle algún que otro achuchón y beso furtivo. Estoy deseando que llegue mañana para ver como reacciona.
Y bueno, así es en mi mente una mañana de domingo.
Ahora toca arreglar un poco el cuerpo, pues veo que nada original se me ocurre.