¿Qué fue de aquella encantadora chica rubia que conocí hace
años?, me preguntabas.
Y en la mañana de mis despojos, no sabía si quedaba algo de
ella.
Ahora, sé que sí.
En una espiral turbia se fue deshilachando su efigie y
enlodando su ser.
Y al borde del fatal desenlace, volviste para dar hálito a
mi ser.
Y nos encontramos a solas, en íntimo abrazo y me pediste que te enseñase mi
alma.
Y el horror cobró la forma de los cientos de caras y las miles de formas
que tiene el yo de disfrazarse.
Cuantas más virtudes tiene el ángel, más profunda es la
bracha en su caída y más doloroso y terrible el penoso ascenso.
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