lunes, 9 de marzo de 2015

Desde el profundo alféizar (II)


Sentir el frescor del encalado en la piedra en el muro donde apoyo mi espalda y que me transmite su peso y firmeza.
Hoy amaneció el día con lecturas complicadas.
Entorno un poco los ojos, para mejor ver.
Dirijo la mirada hacia  la torre de la plaza y el mosaico de tejados tapizados de pequeñas plantas peregrinas.
 Nubes de textura sedosa  en las que descansan respuestas.
Hace años comencé dos  lienzos que  no terminé. Y los iba llevando conmigo,  cada vez que cambiaba de casa. Sin saber el por qué.
En uno de ellos, dibujé y pinté la proporción aurea. Pero me sobraba espacio y lo cubrí de negro. En la “L” restante,  vacía de contenido quise escribir palabras de amor, pero no pude. 

El otro cuadro era un desierto, en el que con absurda fijación pinté unas dunas. Quise dotarlas de movimiento, pero fue en vano. Y ahí están en suspenso, como un instante indeterminado.
Nada sale de la desesperada insistencia de la auto imposición. Menos aún de la ajena.
Por fin sé lo que voy a hacer con ellos.
Ahora los voy a pintar de blanco y cuando se sequen que me cuenten que quieren ser de mayores.

Sólo necesitan cuidados, mimos y muchos amores.

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