Sentir el frescor del encalado en la piedra en el muro donde
apoyo mi espalda y que me transmite su peso y firmeza.
Hoy amaneció el día con lecturas complicadas.
Entorno un poco los ojos, para mejor ver.
Dirijo la mirada hacia la torre de la plaza y el mosaico de tejados
tapizados de pequeñas plantas peregrinas.
Nubes de textura
sedosa en las que descansan respuestas.
Hace años comencé dos lienzos que no terminé. Y los iba llevando conmigo, cada vez que cambiaba de casa. Sin saber el
por qué.
En uno de ellos, dibujé y pinté la proporción aurea. Pero me
sobraba espacio y lo cubrí de negro. En la “L” restante, vacía de contenido quise escribir palabras de
amor, pero no pude.
El otro cuadro era un desierto, en el que con absurda fijación pinté unas
dunas. Quise dotarlas de movimiento, pero fue en vano. Y ahí están en suspenso,
como un instante indeterminado.
Nada sale de la desesperada insistencia de la auto
imposición. Menos aún de la ajena.
Por fin sé lo que voy a hacer con ellos.
Ahora los voy a pintar de blanco y cuando se sequen que me
cuenten que quieren ser de mayores.
Sólo necesitan cuidados, mimos y muchos amores.