Todos tenemos ese lado obscuro que nos negamos a admitir continuamente y que reaparece en los momentos más inoportunos, con carácter intermitente. Cuando entra en escena, hace estallar en mil pedazos, una realidad bien construida.
El lado obscuro es volver a caer en un instante de inconsciencia, a veces de ira, otras de debilidad. La caída consiste en estrellarte contra un muro de tristeza y desolación.
Lo obscuro es la acción cuyo peso carga en la conciencia y desata los más amargos sentimientos de culpa. Porque esa obscuridad que también nos conforma (o deforma, nunca se sabe) es la responsable de los peores gestos y acciones y siempre se encuentra al acecho. Cuando no tiene rienda suelta, se ubica en lo más enquistado de la memoria y desde el recuerdo, se va liberando en el momento presente para ir ganando terreno y hacernos sentir que somos una puta mierda.
Para que no actúe es necesario obrar a cada instante de manera consciente, no abandonar nunca la templanza.
Pero el orden de los acontecimientos, en ocasiones nos deja fuera de si y sin pies de plomo es previsible la caída.
Hace poco que caí. Volví a la negra sensación aledaña a la locura. Mientras caía, en ese fatal y breve instante, notaba cada uno de los fragmentos a los que se iba reduciendo mi alma.
Ese ser violento que creía exorcizado de mi, apareció de nuevo y en solo un instante todo el trabajo de muchos años se fue a tomar por saco.
Por ello, he de admitir que hay una faceta en mi que me deforma y hace sacar lo peor, yo que aspiro a la bondad como más alto estandarte.
Más la caída esta vez fui distinta, fue una caída en la me recompuse rápidamente, enseguida me puse de pie.
Caí por una milésima de segundo pero conseguí parar el espanto apenas se desataba y me dije:
- monstruo, qué coño estás haciendo.
La obscuridad nos hace distorsionar la realidad y las cosas no son lo que pudieran parecer.
No se puede destruir lo que se quiere.
En un apagón, dentro ese lado obscuro que nos agobia y enseña, se puede sentir el vértigo del vacío; sentir los huesos desnudos rodeados de tierra. Pero esta vez el cordón de la dinamita se apagó antes de llegar a la carga, pues sentí todos los huesos del mundo proclamando su reino y una punzada aguda se instauró en mi pecho: era la muerte llamando a mi puerta.
Y en contra de lo que pudiera parecer era yo la que se moría por una fracción infinitesimal de tiempo. Y comprendí que todo lo que hago, aunque pudiera parecer una acción exterior hacia otro, es lo que me hago a mi misma.
Y sentí que el lado obscuro no es un lugar de visita al que se acude en momentos extremos o de locura, sino que también somos eso.
Y saber esto me da miedo y rechazo.
Y mi miedo se convierte con frecuencia en angustia.
Hoy vuelvo a poner el contador a cero, y esta vez solo espero que la luz sea mi camino y que el amor me aleje de la obscuridad.
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