domingo, 24 de septiembre de 2017

Los sueños se desvanecen desde un ignoto lugar de mi mente en la límpida luz de la recién estrenada mañana, pero no así las huellas de las sensaciones que provocan.
No hay historia lineal en el recuerdo de mi último sueño.
Era que mi hijo y yo nos fundíamos en el más tierno de los abrazos.  Era un abrazo pleno, nos uníamos los dos vibrando en todo lo mejor de la vida y  nos fundíamos con toda la realidad que nos circundaba. Entonces, sólo éramos una onda expansiva de un infinito sentir.

Ahora, en estos instantes de soledad, miro al cielo que nos regala su tibieza y sus invisibles trinos. Y sólo pido no tener miedo.


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