Al mirar los árboles, me pregunto por qué tenemos esa necesidad insistente de escribir en su preciosa estructura.
Es como si hubiese algo en la intuición que nos dijese que es ahí, en los árboles, donde se encuentra la memoria activa de la tierra.
Es como si pensásemos que, quizás, sólo ellos se mantendrán fieles a las palabras.
¿Qué cosas más raras hacemos los humanos, verdad?
Ellos crecen, al margen de nuestros pensamientos, nuestras heridas, nuestra terca insistencia en permanecer. Y se desarrollan en todo su esplendor.
Son seres misteriosos y profundos, soportes de millares de formas de vidas, de la vida entera, quizás.
A mi me parece que mientras haya un árbol firme, existirá el hombre, pues son los mediadores entre la tierra y el cielo.
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